miércoles, 18 de diciembre de 2013

Equipaje olvidado: el búlgaro de Stephans Platz

La calle Graben, cerca de Stephans Platz, en Viena, es una de las calles peatonales caracterizadas por sus establecimientos comerciales que ofrecen ropa, relojes y todo tipo de accesorios de precios elevados. Entre lo ostentoso de las tiendas, los edificios perlados y pulcros y las cascadas de lucecitas colgadas a lo largo y ancho de las calles, contrastan los músicos callejeros que se instalan en puntos a distancias acústicamente razonables los unos de los otros.

Así me topé con un guitarrista de esos que tocan música para atardeceres, con una operetista que cada determinado tiempo comenzaba a "fallar" al estilo robotina, como incitando a los paseantes a cooperar con algunas monedas para que el recital continuara; con un arpista que cantó en algún momento "Kids", de MGMT y con otros a los que en verdad ya no puse tanta atención luego de escuchar a Muzafer el búlgaro. De él grabé todo su recital.

Es un hombre barbado, probablemente en la segunda mitad de sus cincuenta, con gorro negro, y una voz aguardentosa pero a la vez potente y entonada con la que se jacta de cantar en turco, alemán, búlgaro, árabe e italiano. Su destreza con las seis cuerdas vinieron a completar su pequeño espectáculo que atrapó durante más de 10 minutos a unas 6 personas. (habré contado unas 50 entre las que se detenían para escuchar al menos una canción en distintos momentos).





Creo que en su mayoría tocó covers de música que jamás había escuchado con atención en mi vida. Sólo ubiqué "House of the rising sun", pero fue la ejecución menos afortunada (también por ahí menciona a Gipsy Kings). El resto de las canciones son alaridos con notas sostenidas y estilo flamenqueado en la lira. 

Disfruten su concierto. 



Sobre "Equipaje olvidado"

Todo lo que no pudo ser escrito durante el viaje por razones de tiempo o cansancio, intentará ser recogido bajo este título. Todavía hay mucho material. Espero lo disfruten. 


jueves, 12 de diciembre de 2013

Ojos y sexo en Budapest


1.

Salimos del Instant, un "ruin pub" -populares bares instalados en edificios en ruinas)- que divide opiniones entre los locales de Budapest, a las 5 y media de la mañana. Entramos a un minisuper a comprar algo de comer para no tener que andar buscando kebab a esas horas.A la salida, Stefano -un italiano que conocí en la estación de Viena luego de perder mi autobús- se topó con una joven que al parecer esperaba a alguien mientras fumaba.

-¡Qué bellos ojos tienes!- le dijo a la mujer .
-¿Quieres una mamada?

La mujer de intensos ojos verdes, baja estatura y un poco robusta resultó ser una prostituta que cobra 16 euros por una felación.Stefano no la contrató.

2.

Al dia siguiente, a kilómetros de ahí, fuimos a un tour peatonal gratuito por los lugares que suelen aparecer en los trípticos de las agencias de viajes. Nos integramos al contingente justo en el momento en que partía de la iglesia de San Esteban -motivo de orgullo para Stefano el italiano-.

Cuando llegamos al castillo de Buda, Judit, guía de turistas que depende únicamente de las propinas que le dan los paseantes, nos contó uno de los mitos fundacionales de Budapest en el que un águila macho y una niña de nueve años tuvieron sexo.

-¿Sexo?- interrumpió un señor de unos 60 años desde fuera del círculo en torno a ella.

Judit, amable y paciente como todos los húngaros que me he topado en Budapest, escuchó las razones del señor.

-¿Por qué siempre tienen que hablar de sexo así?
-Este grupo está integrado por jóvenes, por eso lo cuento así. 
-Sí, pero ¿por qué mejor no decir que el águila le dijo a la niña que quería perderse en el oceano de sus ojos.azules?

Todos creímos que el señor estaba.bromeando.

No.

-Si mis papás no hubieran tenido relaciones, yo no hubiera nacido- nos increpó a todos. Optamos por ignorarlo.


miércoles, 11 de diciembre de 2013

Sala de abordaje: los volados

10 de diciembre

8:30 am

Preparé un desayuno con tocino, manzana y pimiento. Me levanté con mucho tiempo de antelación para mi autobús, por lo que me di el lujo de desayunar con Gera, acomodar todo mi tinglado para dejar su cuarto como estaba e irme.

Luego, apretó el tiempo.

10:20

Tomé el 48-A hacia Volkstheater. Ya iba con el tiempo justo y no podía detenerme.

10:30

Llegué a la estación Volkstheater con la prisa, la maletota en mi espalda y la otra mochila ejerciendo presión sobre mi brazo derecho.

Sólo había que buscar la línea U3 y caminar por los pasillos y abordar un vagón.

00:30

En el tranvía de regreso a su depa, compartí con Gera mis teorías sobre lo dignificante que es el transporte público, que permite regresar, en lunes a la medianoche, a tu casa son arriesgar tu vida detrás del volante.

Le señalé que ha de ser más efectivo para los vieneses y los berlineses y los checos el no contar con todo un sistema de accesos físicos como torniquetes y vigilantes al lado de ellos, ni máquinas donde depositar tu dinero.

-Han de tener bien calculados los ingresos que prefieren darle chance a uno que otro infractor que gastar más o prevenir que eso pase.

-Eso, y la confianza-. Apuntó Gera.

Más de 72 horas después, y consciente de lo que estaba haciendo, supe que había problemas y que ese problema implicaría perder mi autobús en Budapest.

En un pasillo ya estaba una línea de oficiales que no detenían a todos para pedirles su boleto. El mío había expirado y lo sabía. Aún sabiéndolo quise pasar a través de ellos como los otros pasajeros a los que no se les estaba pidiendo nada.

Me detuvieron.

-Es una multa de 103 euros y la tienes que pagar en efectivo-. Dijo el agente después de revisar mi boleto con el que yo quería hacerme el occiso y pedirme una identificación.

Iba a perder el autobús a Budapest y a lagar ciento tres euros sólo por deporte.

10:18

-Una vez en Hamburgo, mi amiga me dijo que comprara el boleto. Que no me confiara. Lo hice, y al momento de abrirse las puertas del vagón, pum, tres oficiales.

Aún así, estaba decidido a viajar ckn la paranoia controlada.

10:40

-No tengo efectivo. ¿Dóndr hay un cajero automático?
-Sígueme.

Seguí al agente por la estación de Volkstheater, bajamos escaleras, caminamos por pasillos donde la razzia continuaba contra otros infractores como yo. Unos alegando, otros resignados.

Llegamos al cajero.

FUERA DE SERVICIO.

El agente se puso tenso. Entró a una cafetería a preguntar dónde había uno. Nada. Le preguntó a otro compañero que también se encontraba multando a una muchacha al pie de una escalera eléctrica. Respondió algo relacionado al Museumsquartier (la plaza de museos arriba de la estación). Mi captor hizo más muecas de impaciencia.

-¿Vives en Viena?
-No

Otra mueca de indecisión. De incomodidad. Miró para un lado y para el otro. Volteó a verme a los ojos por un nanosegundo y luego giró la cabeza hacia otro lado. En tono discreto y resignado me dijo:

-Puedes irte.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Veintiocho: lo que me han y lo que he

Aprendí a leer con un libro que se llama "Juguemos a leer". He jugado a que soy papá, guía de turistas, futbolista, superhéroe, asesino, vaquero, pistolero, vikingo, espadachín, escritor, encantado, desencantado, la trais, escondidas, un dos tres por mí y por todos mis años cumplidos.

Me he enamorado sólo dos veces: de la comunicóloga y de la arquitecta; he besado ojos negros, azules, mieles, verdes y avellanados y bocas de no-ma-mes (o más bien de: sí, con gusto, ¡adelante!).

La he armado de pedo a mis maestros, a mis amigas y amigos, a papá, mamá, hermano, hermana, mi familia y a todos los que quiero porque sólo así se entrena el olfato para vivir. También la hago de pedo a extraños nomás por convivir.

Crecí leyendo libros de historia y ahora no paro de contarlas o inventarlas. No he seguido los hábitos de las personas altamente efectivas ni leído en secreto las artimañas de las cabronas. No he perdido la esperanza en el mundo porque siempre habrá fotos de perritos salvando humanos o humanos salvando perritos.

He viajado pocas veces, una fracción de ellas sin ganas de volver. Ya no me cuentan a qué sabe Londres, a qué huele San Francisco, lo que evoca Berlín, lo que provoca Amsterdam.

Ya sé lo que es Estados Unidos y tener un trabajo de mierda en Estados Unidos. También he tenido un trabajo de mierda en México contestando llamadas de gente que vive en Estados Unidos. Me han despedido de una estación de radio por culpa de Roger Waters -o más bien por deshonesto y querer quedar bien a su salud-, y de otra me corrieron e intentaron recular pero ya no regresé por dignidad. En ambas ocasiones caí de pie. He trabajado en equipo por la ciudad. Me he divertido re-conociendo las banquetas y las calles, recuperando espacios públicos, aprendiendo, pedaleando.

He dicho cosas que han resonado y otras que van directo al olvido. Me han ofrecido disculpas personas que, pensé, jamás lo harían. He llorado por amor, por mi abuela que se fue, y porque es bien rico.

Me siento más joven que cuando cumplí dieciocho aunque ahora los desvelos pesan más, aunque los niños en la calle me digan "señor", aunque cada que voy a un concierto me paro unas líneas más atrás, aunque haya heredado el gen del hombre ajado de mi lado paterno y no lo longevo del linaje de mi madre.

No he escrito un libro ni plantado un árbol ni tenido un hijo, pero sí he escrito en la nube, planteado problemas y comprado condones.

Hoy, a mis 28 años, estoy en la antesala de darme una putiza con incertidumbres que jamás pensé que tendría, pero si la vida no te da golpes, no te quiere -y que quede claro que sólo en este caso metafórico aplica, no se me vayan a telenovelear-.

Así celebro mi cumpleaños, pensando en todos los aludidos de quienes estoy muy lejos -desde Viena, pobre de mí- y a quienes agradezco por todo.

Los quiero, siempre cambien.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Sala de abordaje: la nieve de Praga a Viena

No es la primera vez que me toca ver paisajes nevados. La primera vez fue en un viaje con mi hermano al parque nacional Yosemite, en California, Estados Unidos. Pero nunca cae mal ver nieve.

 
   El último día en Praga 

Los bosques de Europa central son espesos. Los árboles, ya sin follaje, guardan poco espacio entre ellos como si del cielo hubieran caído millones de agujas que se clavan en la nieve. Una cama de agujas para cuando el cielo se canse y quiera recostarse. Acupuntura celestial. Hay partes donde la nieve se moja, luego se derrite, y encima de ella cae más agua y tierra y el resultado ahora es espuma de capuchino a las orillas de la autopista. La nieve también reposa sobre los árboles famélicos. Delinea sus ramas como si fueran lámparas tubulares de argón. Intento tomar fotos pero la velocidad del camión le impide a mi cámara de celular estar a la altura de las circunstancias.

Horas después llego a Austria. En la estación del metro hay anuncios con el título "las reglas de la casa": una serie de normas con las que el gobierno de Viena invita a los usuarios a comportarse y a hacer de los viajes cotidianos en este medio de transporte un ejemplo de convivencia. Por ejemplo: no puedes tomar cantidades EXCESIVAS de alcohol.



Un ejemplo más de dignidad en políticas de transporte público que no pasan necesariamente por grandes presupuestos o avances tecnológicos. Está en decir las cosas apropiadas. Tu transporte es TU CASA.


viernes, 6 de diciembre de 2013

Sala de abordaje: estaciones azarosas

I. ¿A qué te sable el amor?

II. La película del autobús tiene subtítulos en checo. Estelariza Gwyneth Paltrow, se ambienta en Londres. Cuenta historias paralelas, dos hubieras sobre un mismo pendejo.

III. De Berlín a Praga los árboles se van convirtiendo de cuerpos verdes y delicados a sombras que flanquean tu camino hasta el momento en que se diluyen con el cielo, como si las ramas fueran estuarios desembocando en la oscuridad y luego hay sólo noche.

IV. Llego a la conclusión de que los últimos boletos de autobuses que compre tienen que partir en horas diurnas para que pueda apreciar un poquito los paisajes europeos.

VI. Escucho voces en español. Pero no son de España, el acento se me hace familiar. Son de México, y al menos una de esas voces es de Guadalajara. Me intrigo, pero están tres filas atrás para ir a sacar plática.

VII. Los camiones de por acá sufren del mismo síndrome que los camiones de por allá en mi rancho: llevan al extremo el remedio contra temperaturas. El calentón para combatir el frío llega a asfixiarte y es muy difícil conciliar el sueño.

VIII. Lo que soy: una masa de lujuria esperando transformarse. Adaptarme a la forma de otra persona como recipiente o contenido, o la mano que se mete al frasco a hurgar.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Las costras de Berlín: la visión de un local




"Londres es una ciudad en la que sólo tienes una oportunidad de triunfar y muchos jóvenes que vienen de Nueva York no se pueden dar ese lujo, por lo que mejor llegan a Berlín", me cuenta Ranty, minutos después de haberme abierto las puertas de su departamento en el este de la ciudad que "nunca es pero siempre se convierte".

Platicar con Ranty,  un periodista de 38 años de edad -aunque no los aparenta-, es lo ideal para enterarse, a vuelo de pájaro, sobre la ciudad menos hostil con sus jóvenes: la universidad no cuesta, la renta es mucho más baja, el transporte público accesible  -y poco vigilado: si tienes suerte puedes viajar trayectos de ida y vuelta "gratis", sin que te cachen- y un aura de creatividad impulsado, tal vez, por la facilidad de deshacerse de costras que causaron daño en el pasado.

Eso ya me lo había comentado Alicia Caldera, autora de un reportaje radiofónico fenomenal en cuatro entregas llamado "Rekonstruktion", sobre el proceso de poner a Alemania en marcha una vez que cayó el muro de Berlín. El lado este de la ciudad tenía que repoblarse y el gobierno decidió apostarle a eso.

"Sin embargo, cuando estos lugares se vuelven cool, ocurre la gentrificación", apuntó Ranty, cuando le comenté sobre la Ciudad Creativa Digital en Guadalajara. Encontró ciertas similitudes en lo que pasó en una parte del río Spree, donde, de no ser por un grupo de activistas, empresas como MTV y Universal, hubieran privatizado el acceso al río cuando caminar a las orillas de este debe ser en su totalidad.

Mientras comíamos pasta y su bebé dormía, hablamos de nuestra profesión, de la violencia en México -¿cuándo nos preguntarán de nuevo por el indito recargado en un cactus?- íbamos y volvíamos de Londres; pasábamos por India, de donde es su padre, le mostré el video "Carmensita", de Devendra Banhart, y murió de risa ante tanto cliché sobre los indios y luego le dije, en pleno clímax de los temas de azar, que jamás había conocido a ningún musulmán.

"Bueno, técnicamente, soy musulmán".

Sí. Para efectos narrativos, omití que su apellido es Islam. ISLAM. Así aparece en el panel de botoncitos del interfón del edificio de apartamentos donde viven. También había omitido preguntarle porque islam puede ser un apellido común, ¿no?

No.

En tiempos en que India tuvo un conflicto separatista provocado por desacuerdos religiosos -"mi dios puede convertir agua en vino con más taninos que el tuyo", supongo que por ahí va la disonancia-, los ancestros de Ranty recurrieron a una de las pocas tácticas que podían servirte de protección para no morir asesinado: que tu apellido indicara la religión que practicas. Así, desde entonces, el linaje de los Islam de la India, ha pasado de generación en generación pero de una manera más bien secular -si me quité los zapatos a la entrada de su casa es porque estaban puercos y su departamento está alfombrado casi en su totalidad-: su papá no es practicante ortodoxo y ni Ranty ni sus dos hermanos hacen todo lo estereotípico de un musulmán.

Ranty y su novia, Sabrina, quien llegó cuando ya habíamos terminado de cenar, son dos europeos que se agregan a mi lista de los que intuyen que no han visitado México aunque hayan estado en Cancún.

Al final, Ranty me dio una chela caminera (Wegbier). Dicen que es una tradición alemana, el anfitrión te da una bier, por ejemplo, una Berliner, y te la vas tomando camino en la calle y, si traes tantita menos vergüenza, en el transporte público. "A nadie le importa, Berlín es muy mexicano", concluyó, me despedí y salí a la calle a tomarme una chela en el frío berlinés.

Agradezco a Ral Acosta por propiciar este encuentro con esta sonriente persona

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Requisitos para ser un DJ en Alemania

...en Alemania del Este, pues:



''Entendemos por "disc jockey" a un entretenedor socialista que reproduce su música como un propagandista socialista.




Su contribución como proveedor de actividades recreativas sofisticadas para los ciudadanos de la República Democrática de Alemania, trae consigo un alto nivel de responsabilidad artística. Para estos fines, las regulaciones en cuanto a discotecas establecen que:

*El alto nivel de responsabilidad de un disc jockey recae en el significado social, cultural y político de lo que es una discoteca. Él es, simultáneamente, el director de producción, editor y orador, quien por tal motivo requiere de un entendimiento suficiente de la sociedad, educación general, conocimiento especialista de música y otros géneros artísticos, así como programación, electro acústica y habilidades retóricas.''


Regulaciones para discotecas de la República Democrática de Alemania escritas en 1976. Se exhiben, junto a otros dictados sobre lo que debe de ser tu vida, en el museo Stasi de Berlín.

martes, 3 de diciembre de 2013

Las costras de Berlín

La frase "no tuvo infancia" puede tener, mas que implicaciones sobre la psique de quien recibe dicho juicio sumario, aplicaciones: cuando nos referimos a denominar ciudades que conocemos. Por ejemplo, Berlín es un niño peleonero que durante toda su vida se ha dado unos buenos raspones. Las rodillas de Berlín son una superficie llena de costras que demuestran que este chamaquito sí tuvo infancia. Una infancia que ha marcado las de millones de hijas e hijos de la madre tierra. Este cabrón fue el cabecilla de los bullys que les quitaban el lonche a los judíos en el recreo y los encerraban en cámaras de pedos.

La idea de hablar de costras, y no cicatrices, tiene que ver con que las primeras no cuentan con el estatus de intocables como lo suelen poseer las segundas. Si tienes 8 años y una costra de relieve escarpado como el de esas placas doradas que ponen en edificios y puertas -normalmente un mapamundi-, lo más seguro es que no te importe que un adulto te diga que no te la quites. La arrancarás, harás tsss, y verás puntitos rojos aparecer por aquí y por allá como animación de compañía telefónica que presume de cada vez tener más puntos de venta alrededor del mundo. Las costras se quitan, duelen, e inmediatamente una nueva capa se forma.

Los alemanes han tenido muchas, pero sólo me enfocaré a las que he visto en lo que llevo de este viaje: la calle Dircksenstrase, la east side Gallery (mejor conocida como el muthafuckin muro de Berlín) y el Museo de la Stasi.


1. Dircksenstrase


La idea de hablar sobre Berlín en términos de costras -asqueados, relájense: igual encuentro otro término para las siguientes crónicas- surgió precisamente mientras caminaba por esta calle a sugerencia de Anaelle y Maelisse, unas francesas con las que me tocó compartir cuarto en el hostel en el que estoy en estos momentos.

La publicidad de conciertos, obras de teatro y todo tipo de eventos se pega en las paredes. Pero no sé si se deba a que hay una huelga de limpiadores o a que simplemente así se dan las cosas por acá, pero nadie lo remueve. Todo lo contrario. (Y contrario al costrizaje, más bien sedimentos)  ¿Han visto las sábanas de papel que colocan los puestos de lotería en México? Algo similar pasa acá, sólo que son rígidas capas de papel pegadas encima la una de la otra. Los resultados son estos:






Obviamente el encuentro con estos carteles fue fortuito. Íbamos con la idea de toparnos con arte urbano en el que las ilustraciones o grafiti se plasma en papel que posteriormente es pegado sobre los ladrillos de los puentes por los que pasa el metro de Berlín. Hay narrativas interesantes, la que más me llamó la atención fue el de una serie de mujeres en posición de baile detrás de un listón como el utilizado por la policía pero con la inscripción "it's time to dance".






Quizás una forma de señalar que el derecho de las mujeres a divertirse o disfrutar de un lugar puede ser donde sea y no en áreas delimitadas.


2. Berlin Mauer East Side Gallery


Derrumbado en 1989 luego de separar vidas desde 1961, el muro de Berlín fue intervenido por muralistas en el 2009 para conmemorar el vigésimo aniversario de la caída de un símbolo del desencuentro humano con una serie de imágenes y puntos de vista que celebran la diversidad y la tolerancia. Estas son unas postales:







Me desconcertó un poco ver a gente tomándose fotos con un muro tan infame detrás y rayoneándolo también, pero luego me relajé: además de necesitar arte buena onda -llega a cansar que muchas de las obras son hiper políticamente correctas al punto de parecer una portada del Despertad! de los testigos de Jehová- el muro necesita que se le falte al respeto aunque sea con manifestaciones tan frívolas como "Johnny was here". Es un monumento histórico al que debe pitorreársele por solemne y rígido.

Quizás a sabiendas de ello, el gobierno alemán ha reaccionado tibiamente, con pequeñas placas conmemorativas que en letras chiquitas llaman a no dañar el muro. Tener gente vigilando un muro que fue durante décadas vigilado es un despropósito. Ni que fueran a tener cámaras para espiar a la gente todo el tiempo. Eso es de alemanes.

A ver, ¿qué?


3. El sueño que quita el sueño


¿Qué hay de malo en querer compartir un sistema de organización social en el que las aspiraciones colectivas y las oportunidades son iguales para todos? En que se cree que la idea es tan impoluta, que no cabe ninguna disonancia.

Bajo esa premisa, la Stasi se las ingenió para espiar sistemáticamente a los alemanes durante décadas.

Con la caída del muro, las puertas de lo que era el Ministerio para la Seguridad del Estado (STASI, en abreviatura alemana, fundada en 1950), se abrieron en 1990 con la finalidad de que todo ciudadano alemán tuviera acceso a los archivos que el gobierno fue redactando sobre ellos.



(En verdad, el turista promedio sólo tiene acceso fácil y rápido al edificio 1, donde se encuentra la oficina de Erich Mielke, quien dirigió este organismo de 1957 a 1989. El complejo alberga 48 edificios. En el 7 se pueden consultar archivos, pero "nos puede tomar un mes", me dijo un empleado cuando fui, con toda ingenuidad, a preguntar por el famoso expediente del escritor mexicano Juan Villoro).

En las primeras salas, te encuentras con afiches de rostros de alemanes que fueron martirizados por sus posturas en contra del sistema. De hecho, te puedes sentar en las sillas que están enfrente de las que sostienen los afiches. ¿Qué les preguntarías?




No te he dicho todavía de qué lado estás tú.

La austeridad de la República Democrática Alemana se ve reflejada en cada detalle del edificio, que el gobierno intenta conservar tal y como fue encontrado una vez que fue disuelta la Stasi. Los colores son ocres y apagados, como si alguien tomara toda la hojarasca de otoño, la separara por los tonos menos luminosos y la redistribuyera en forma de cortinas, sillas y escritorios.




La propaganda, por otra parte, habla de un mundo ideal que sólo existía en las cabezas de los poderosos. De un mundo que Corea del Norte y Cuba intentan reproducir en 2013.




El uso del casco en zonas de construcción es obligatorio en todo el mundo. Pero en Alemania del Este era obligatorio para la mayoría de los pósters.





Por último, la obsesión por pensar que el ciudadano es tu enemigo llevada al paroxismo. Con ustedes, Voyeurilandia:






Espero compartirles mañana otros detalles que me gustaron tanto que prefiero que tengan su propio espacio. Será un post más corto, pero creo que les gustará.



domingo, 1 de diciembre de 2013

Sala de abordaje: los anfitriones



Durante los 25 años que viví bajo el techo de mis papás -una edad avanzada para la banda que vive en Europa- viví toda una tradición de ser anfitrión. Lo quisiera o no.

Tuvimos años en los que dejábamos una visita en el aeropuerto y al día siguiente recogíamos otra en la central de autobuses sólo para recoger a alguien más unos días después. Me convertí en el chofer de la familia y le agarré gusto al ritual de levantarme temprano para ir, sobre todo, por mi abuelísima: si alguien hubiera filmado todas las veces que llegué por ella y montara todo en edición rápida, notaría a una mujer que hace diez años todavía podía esperar a las afueras de la estación con sus maletas y subirse al coche sin ayuda, luego notar que esperaba sentada adentro de la estación, luego verla acompañada de alguien sosteniéndola del brazo -de quien seguramente se quejaría en secreto, la muy gruñona. He ido por primos, tíos, tías, primas, tías abuelas, primos segundos, primas segundas, amigas de la infancia de mi madre y amigos míos. Todos han llegado a mi casa para quedarse más de una noche. Con todos la hice de guía de turistas. No todos han dejado la misma impresión. Y ahí es donde comencé a desencantarme.

Desafortunadamente, hubo una temporada en la que llegaban más parientes indeseables que deseables. En tiempos en que el círculo familiar debía estar unido para enfrentar problemas que competen únicamente a mis papás, hermanos y yo, había una especie de filtraciones, de humedad en forma de visitas que quizás con toda la buena intensión del mundo -o quizás con la mala- intervenían en las dinámicas sólo para empeorarlas.

Lo peor tenía que ver con lo que le competía a las familias dentro de la familia.

Había gentes que llegaban a decirme que "los llevara", en tono afirmativo y no de pregunta, a centros comerciales con una caradura impresionante cuando lo que se necesitaba, desde que mi abuelísima enfermó de cáncer, eran manos de ayuda y no de pseudo poder adquisitivo. "Sí, primo: vengo desde muy lejos a ayudarles a llevar a mi abuela al hospital, a consulta, y a quimioterapia mientras ustedes trabajan o estudian, yo me puedo aguantar las ganas de ir a Andares a endeudarme con una bolsa coach por el momento", dijeron algunas visitas, nunca.

Eso me quitó el entusiasmo por recibir a ciertas visitas cuando antes me podía valer un carajo si me caían bien o no.

Traigo a colación esto porque creo que al regresar a Guadalajara volveré con ánimos renovados para ejercer el anfitrionismo en los confinitos de mi pequenio departamento en Santa Tere.

En lo que va de mi viaje, me ha tocado disfrutar de la generosidad de tres personas. Dayanna, Étienne y Manouk.

1. La corredora

"A partir de este momento, esta ya no es tu casa, podrás visitarnos cuando quieras, pero no hay nada en este pueblo para ti, debes hacer tu vida en otro lado", con estas palabras que a muchos les suena como una dura patada emancipatoria en el trasero, pero que para mí guardan el amor más puro, Dayanna fue enviada por su madre a Guadalajara, donde ha vivido, estudiado y trabajado sola desde entonces. Ahora estudia una maestría en la London School of Economics y en tres meses ha visto menos de Londres de lo que yo vi en 10 días. Así de cabrón está el estudio y el empeño que pone: habla del Strata como un geek habla del Play Station 4.

Desde antes de irse me dijo que podría llegar a su casa sin problemas. Es decir, somos amigos desde hace rato. Confidentes digitales y de carne y hueso. A lo mejor es únicamente la amistad lo que le hizo abrirme las puertas de su hogar. Pero quizás las ganas de ayudar respondan a que sabe lo difícil que es tocar puertas cuando uno anda por su cuenta. Ya corrió un maratón, ahí hay algo de evidencia.

Me hubiera gustado convivir más con ella en las calles de Londres y no en la mesa de su casa, donde nos desvelamos: ella resolviendo problemas de microeconomía y yo escribiendo sobre temas que a veces tienen que ver con mi micro economía. Plop.

2. El amigo de Paikea

A pesar de conocerlo desde hace siete años cuando fundamos Ciudad para Todos junto a otros ciudadanos con ideales de cambio para la ciudad, por razones que escapan a mi entendimiento, nunca tuve la oportunidad de convivir con Étienne tanto tiempo juntos. Sin embargo, no ocultó su entusiasmo al saber que iría a Londres y que tenía ganas de verlo.

Me invitó a una conferencia que dio ante cerca de 200 alumnos de maestría sobre la importancia de definir primero quiénes son antes de continuar un estudio en el área de las políticas de desarrollo. Un momento público e íntimo también, pues compartió detalles sobre su vida que lo movieron a dejar trabajos bien pagados pero de agenda cuestionable en pro de algo acorde con su definición de cómo debería ser el mundo.

"Te entiendes con los perros?", me preguntó antes de pedirme que sacara a pasear a Paikea, un caramelo de criatura en cuatro patas que convierte al londinese promedio y de jeta apresurada en un humano de sonrisa fugaz. Acepté con gusto. Los días posteriores Paikea se ofreció a sacarme a pasear a cambio de que le levantara su caquita y la pusiera en una bolsa.

3.  La que todavía cree

No terminé de decirle que cada vez es más difícil encontrar gente generosa en el mundo cuando Manouk ya estaba buscando ejemplos cercanos para refutarme.

Primero me mostró una red social de nombre holandés que mi memoria de teflón no recuerda, pero que consiste en hacerse favores mutuamente. Es decir, uno publica en su needbook (invento el nombre sólo como referencia) que necesita un taladro, e inmediatamente obtiene respuesta de gente que en esos momentos se encuentra disponible, dispuesta y próxima a prestarle lo que necesita. Un quid pro quo en el que la tecnología GPS y las ganas de ayudar son fundamentales.

Pero el ejemplo, en general, es ella. Que sin conocerme en persona me dejó su departamento para mí solito y me llevó al pueblo de sus papás a comer mousaka, sendas cervezas Amstel y pay de manzana de esos que salen en los cuentos.

Como gesto de gratitud, antes de tomar el camión de Amsterdam a Berlín, la invité a cenar. Escogió el restaurant que frecuentaban sus papás cuando ellos estudiaban. Se sorprendió al saber mis intenciones de pedir la comida para llevar. "Eso no se hace por acá". Lo comprobé cuando la mesera me trajo un envase de plástico vacío -que han de haber desempolvado- para que yo lo llenara y ella sólo pusiera un plástico encima. Nada de contenedores de unicel ni bolsitas de cartón con agarraderitas de cuerda. Nel. Pero vuelva pronto.

Por cierto, estoy invitado a los sesenta años del papá de Manouk. Pero es dentro de dos semanas. Esperan a cerca de 150 personas. Lo platicaré con Budapest, a ver si me deja.

NOTAS

1. Esta crónica se iba a llamar "Holanda bajo el cielo y el agua, parte 2", pero mutó a lo que escribiré a continuación porque tuve que adelantar mi partida hacia Berlín debido a que sólo hay una salida diaria de Amsterdam a esa ciudad. Si me esperaba al día siguiente, realmente llegaría el miércoles 3 y estoy corto de tiempo. 

2. Sala de abordaje es ese lugar que aprovecho para compartir breves interludios entre una ciudad y otra. Si todo sale bien, habrá al menos cuatro entregas mas. Hoy le toco a Berlin, desde donde estoy escribiendo en este momento en la estación de autobuses ZUB. El sol esta saliendo en estos momentos. Son las 6:29.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Holanda bajo el cielo y el agua -parte 1-

I. Guiños

"Parecen las pinturas que cobran vida en las películas de Harry Potter", le comenté a Manouk, mi anfitriona, sobre las prostitutas de vitrina que le dan fama al Red Light District de Amsterdam. Pero esta ciudad no me recibió con las piernas abiertas -a cambio de dinero-. No, me recibió el día anterior con un agente de migración de gesto adusto y rasgos árabes que al ver mi pasaporte me preguntó en español lo de rigor antes de dejarme entrar al segundo país europeo que visito en mi vida.



Al igual que en Londres, el aeropuerto de Schiphol, a 15 kilómetros de Amsterdam, tiene una estación del metro (que está ampliándose, vean las fotos de socialización. Tomé el que va rumbo a Amersfoort y bajé en la estación Lelylaan, donde esperé unos minutos a Manouk, una pelirroja que, con toda la confianza del mundo, dejó para mí solito su departamento (la amabilidad es de familia, como lo contaré más adelante).

En el trayecto al super mercado donde me surtí básicamente de nougat y honingstroopwafels met roomboterstroop, -el paquete de esto último dura menos de lo que te tardas en pronunciar la palabra correctamente-, me tocó ver ciclistas apilándose mientras un puente se levantaba para dejar pasar un ferry, cafeterías verdes -no hago guiño porque aquí no necesitas hacer eso para obtener cosas-, y tranvías que pasan a nivel de calle como aquel que machucó a Sufrida Kahlo. Entre otras cosas.

En la noche, tomamos cerveza Amstel, La Chouffe y Heineken en un bar sobrio, y anticuado, "como de los setenta, sin embargo, está lleno hoy de gente pudiente", apuntó Manouk. No alcancé a tomar fotos, pero mientras platicábamos, un gato se paseaba tranquilamente por entre piernas, mesas y sillas del lugar: resulta que en Amsterdam hay muchos ratones. stron

II. Viajar es descartar

 Al día siguiente, tomé la bici de Manouk para ir al centro de Amsterdam. Me detuve casi en cada esquina para fotografiar, al menos desde fuera, lugares a los que no entraré, como la casa/museo donde vivió Anna Frank. La del diario. La misma de ayer, la incondicional. La que no esperaba nada como una traición.


 No he ido al museo Van Gogh, ni al Rijksmuseum. Probablemente tenga que escoger entre alguno de los dos. No soy muy fan de la pintura. Tampoco creo que tomaré un ferry por los canales del centro de Amsterdam. Cuando la lista de lugares y cosas por hacer, ver, oler y sentir se vuelven un diagnóstico para que el médico determine que "al parecer, señor Hernández, tiene una torre Eiffel atravesada en las tripas, recomiendo que viaje ahorita mismo a Francia...", la diversión terminó.

III. ¿Fiesta o pay de manzana?

 En el Red Light District hay una estación de radio por internet llamada, adivinaron, Red Light Radio. Fue tan evidente mi interés, similar al de niño afuera en dulcería, que salió un holandés, Tadeo, a invitarme a pasar. "Pareces un buen tipo", me dijo. Resulta que vivió 7 años en Nayarit, que habla español y que pensó que Manouk era mexicana. Su programa se llama "True soldiers", en el que pinchan música dub en vivo y suben las sesiones a soundcloud. Me invitó a la fiesta por el tercer aniversario del programa pero yo ya tenía planes de hacer lo último de lo último en cuanto a experiencias holandesas: una cena con una familia holandesa en una villa rural holandesa en lugares genuinamente holandeses.

(No tenía un día en esta ciudad y ya me habían invitado a cenar, dormir y pasear en un pueblo cuyo nombre todavía no pronuncio con dignidad: Grootschermer).

La velada con la familia de Manouk Piël fue cálida y risueña, incentivada por un buen cargamento de cervezas Amstel y Leffe y una copiosa cena estelarizada por mousaka (lo sé, dije "cena holandesa" por el resto de los factores, ustedes entienden), y un pay hecho con manzanas del huerto que tiene esta familia en su patio. Su patio no sólo da manzanas. Da a esto:



 Contra todo pronóstico de papá Piël -un sereno y afable señor que en estos días celebrará sus 60 años con una fiesta enorme- disfruté mucho lo que hicimos a la manaña siguiente: arrear ovejas. Una vez que los dos machos del rebaño preñan a las hembras, es hora de separarlos. Eso hicimos. Bueno, "hicimos" suena a manada. Yo me puse a tomar fotos:






A las ovejas macho las transportamos en lancha por los canales que son motivo de orgullo y exportación mundial. Manouk me comentó que ingenieros holandeses son los que están a cargo de este tipo de construcciones en una ciudad que me da un poco de huevita llamada Dubai. Pero lo chido es que esos canales se volvieron marca aquí. Ejemplos:




En la siguiente entrega, hablaré un poco más a detalle sobre el Red Light District, y las sutiles diferencias entre ir a un Café e ir a una Coffee Shop. Por ahora, necesito dormir. Sobre ese proceso de somnolencia repentina que hace que hoy me quedara dormido en el trayecto de regreso a Amsterdam, también escribiré. Nomás recuérdenme, no sean malitos. Les dejo esta hojita para que practiquen su holandés. Habrá tarea.